septiembre 25, 2007

La discordia. Segunda parte

Un río de sangre brotó. El silencio fue interrumpido por el grito de la carne, que ya comenzaba a agusanarse.
El asombro no se hizo esperar. En el ascensor estaba ella, parada con una cruel y satisfactoria sonrisa. Él, a un costado completamente bañado de cálida y dulce sangre. En su pecho descansaba el inocente cuchillo que terminó con su vida, sin ates cortarle con crueldad y sutileza el cuello de punta a punta.
El objetivo había sido cumplido. Pero ella no sabía lo que yo ahora sí sé.
Una cruel carcajada salió de su boca, como un gran desahogo. De sus ojos escaparon lagrimas de dolor y felicidad.
Cuando ella por fin levantó la vista, estaba él. Su profunda y triste mirada era más cruel que el cuchillo que ella había clavado en su corazón. Con tortura le preguntó por qué. Sin esperar una respuesta, sacó de su maletín un arma y disparó. Su cabeza alojó la bala sin ninguna objeción.
La imagen era tétrica. Sus cuerpos estaban tirados dentro del ascensor, ese que tanto los había protegido.
Él eligió tomar las escaleras. Bajó apresurado, sabía que ella lo estaba esperando. Por fin llegó a la planta baja. Efectivamente ella estaba allí. Sin cruzar palabra salieron del edificio. Un tierno e inesperado saludo separó sus caminos. Ella por la derecha, él por la izquierda.

septiembre 05, 2007

La discordia. Primera parte

El sendero fue construido, solo para ellos dos.

Ella íntegramente vestida de negro. Botas taco aguja. Labios rojos, como un trozo de hierro incandescente. Pelo lacio. Su cintura bien marcada y sus caderas bailaban al compás que ella misma producía.

Él, de traje negro. Corbata de seda. Maletín en mano. Zapatos recién lustrados. Pelo lacio. Mirada profunda.

Caminaban como si nada les importase, aquel que ose cruzarse por su camino seria eliminado. No hablaban, solo el sonido de su propio caminar los acompañaba. El plan estaba en marcha.

Un giro repentino detuvo el tiempo. Las puertas del edificio no fueron un impedimento. Estaban abiertas de par en par.

El botón del ascensor fue presionado, sus pensamientos estaban muy claros. Sus puertas, sigilosas, con respeto, yo diría con miedo, cedieron obedientes. Sus figuras en los espejos, multiplicaban su imponente presencia. Las puertas se cerraron con vigor, protegiéndolos, como si ellas supieran el valor de lo que transportarían solo por unos segundos.

El 6° piso fue el elegido. Ella bajó primero ya que él, como un verdadero caballero, la dejó descender. Él detrás iba cuidando aquel tesoro que estaba frente a sus ojos.

El pasillo finalizó en una puerta. De su cartera, saco un juego de llaves que utilizó con impunidad para abrirla. Un hermoso departamento se dejó ver. El té no se hizo esperar. Las mazas lo acompañaban perfectamente. El silencio... ese fúnebre silencio, finalizó.

Su dulce voz por fin emitió sonido.

- ¿Vamos? ¿Qué estamos esperando?

- Bueno, lo que pasa es que no tengo ningún apuro.

- Esta bien, pero ya es la hora.

El ascensor los había esperado. Estaba tal cual ellos lo habían dejado. El último piso fue presionado. Una discusión retumbó en todo el edificio. Los gritos alimentaban la letal inyección de violencia y dolor que en sus mentes había sido colocada. Solo duraron unos aterradores e interminables segundos.

El ascensor llegó a destino. Las puertas se abrieron con desvergüenza, sin aquel miedo, ni respeto que alguna vez le tuvieron.